Hoy es la víspera de mi primera consulta en Garaitza. Mañana cumplirá exactamente un año. No comenté con nadie esta consulta porque no tenía ningún recuerdo. Eran sensaciones y un sinfín de síntomas.
Enumerando éstos, por primera vez en mi vida a mis 45 años escuché que reflejaban que había sufrido abuso sexual infantil.
Lo escuchado fue abrumador pero lloré de liberación. Había llegado a la raíz de todos los síntomas.
Y…, a partir de ahí, podría trabajarlo.
Cuando comencé el taller de secuelas estaba totalmente desestabilizada. Llevaba así mucho tiempo y a eso se le añadía el shock de una respuesta temida y hasta entonces negada.
El proceso no ha sido fácil y en él no he visto luz, pero así y todo sentía que iba transitando por el túnel.
No veía a mis compañeras de viaje, pero sentía sus jadeos en el camino, sus pisadas, su tristeza, su afán de superación.
Ha habido etapas.
Después del túnel sin luz pasé a caminar en la noche a través de zarzas.
Allí estaban mis compañeras de nuevo. Cada una a su paso quemando etapas.
Yo miraba hacia el cielo para escudriñar el camino. La Luna-Carmen con suspiros de aliento asentía.
Llegó el tenue y suave amanecer y entre la niebla vislumbré un lago. ¡Era enorme!
Con aquella luz especial pude ver a quienes caminaron a mi lado. Eran supervivientes.
En el camino de transición nuestras heridas sangrantes y golpes se secaron, apostillaron y empiezan a cicatrizar.
Nuestros cuerpos cicatrizados muestran nuestra victoria carnal.
Nuestro silencio sereno nuestra paz de espíritu.